Huérfanos
- edwino54
- 1 abr 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 6 abr 2022
"Ay, tan bobo", Elsa.

Nacemos y desde el primer momento empezamos a protegernos con capas sucesivas de afectos: el calor materno, el seno acogedor de la madre.
El rostro, primero anónimo y después reconocible del padre. Los hermanos que tratan de entender quién es ese intruso recién llegado.
Después, la esfera familiar se ensancha. Aparecen, cuando tenemos la fortuna de tenerlos los abuelos, sobre todo las abuelas, ese amor incondicional, piel protectora. Capa tras capa aparecen los afectos de los amigos. Los primeros sentimientos furtivos por las pequeñas vecinas, compañeras de juegos callejeros o compañeras de banco escolar.
Los primeros enamoramientos sin aparente razón. El rostro de una niña que parece presagiar reiterados encuentros, que anticipa vivencias amorosas y caminos en común.
Aparecen tíos revoltosos y tías que te envuelven con magias sutiles.
Amigos de primera infancia, amigos cómplices compañeros de aventuras, de juegos, de descubrimientos filosóficos, de curiosidades despertadas por los estímulos cada vez más intensos del mundo exterior. Entrar al mundo de los sentidos, amor y sexo en amalgamas de variadas proporciones, generadoras de intoxicaciones agridulces.
Imperceptiblemente todo se va convirtiendo en coraza, todo es capa. Y vamos vistiendo esas capas que construyen nuestra esencia y la coraza con que enfrentamos al mundo.
Pero después, siempre, más temprano que tarde, las capas de piel se empiezan a caer. La muerte inesperada de una abuela es esa piel que nos arrancan con violencia, sin explicaciones.
La vida empieza a ser una alternancia de nuevas capas protectoras y pérdida de otras más antiguas y profundas. Por un momento te sientes seguro son más las capas agregadas que las perdidas.
Pero llega un momento en que ese equilibrio inestable, empieza a cambiar de rumbo y lo que ganamos ya no compensa las pérdidas: nos empiezan a arrancar los estratos más profundos, nuestras certezas.
Nos vamos quedando huérfanos, huérfanos abandonados de modo sucesivo e inexorable. Son golpes de distintas intensidades, cada uno dejándonos más expuestos: un amigo que decide dejar la vida anticipadamente, la abuela amada cuyo rostro es dulzura, profesores que mueren en extraños accidentes aéreos, el abuelo que marcó tu entrada al mundo del arte y la cultura, y cuya imagen es la de un titán con aureola de santo. Los tíos que te abrieron los ojos al conocimiento del mundo, las tías que te brindaron apoyo y cariño. Todos repentinamente empiezan a desaparecer.
Todos se van. El padre terco que cavó su propia desgracia y que te hace oficialmente huérfano. Pero no se es huérfano solo de padre y madre. La orfandad es más profunda, es la pérdida sucesiva de las capas que has ido acumulando. Siguen desaparecido amigos, a veces enterrados en vida otros realmente muertos.

Van Gogh. Hombre huérfano con la cabeza descubierta, 1883.
Y la soledad se decanta poco a poco. La madre, ese seno materno que te acogió y te protegió, deja de existir. En la lejanía de la vida siempre estaba ahí, aunque estuviera ausente. Nunca más podrás abrazarla.
Las pérdidas se intensifican, tu piel se deshilacha, la protección se diluye en orfandades sucesivas.
Huérfano de los hermanos que todavía viven, y que comparten tu pasado. De tus sobrinos que conociste y ya no conoces.
Huérfano de la hermana que nunca tuviste y de nietos todavía no engendrados.
Y te vuelves huérfano no, solo de personas, sino de presencias materiales o inmateriales.
Huérfano de países y de patrias bobas. Huérfano de la violencia de la tierra nativa. Huérfano de la naturaleza que se extingue, de paisajes, montañas y lagos que se disuelven en la neblina regresando a la unicidad de la materia.
Huérfano de nostalgias. Huérfano de poetas y sabios maestros Joycianos. Huérfanos de futuro, de ambiciones y sueños. Huérfanos los ojos de la pintura nunca vista, perfecta y de colores alucinantes. Huérfano de la compañera de viaje, que te ha abandonado o peor aún has abandonado cobardemente incapaz de vivir su ausencia. Huérfano de vivir por más tiempo el futuro de tu sangre encarnada en futuras generaciones, guerreras ante las injusticias,
Huérfano de silencios y soledades, de olores y sabores, cual pandemia existencial.
Huérfano de pasados olvidados, de futuros no vividos, de amores no sentidos y de odios sin razón. Huérfano de batallas no ganadas y derrotas sin fin.
Huérfano de astros tutelares y de senderos iluminados por la cara oculta de la luna.
Huérfano del orden y del caos y de dioses inexistentes.
Huérfano de inútiles complejidades y de egoístas intereses.
Huérfano de horas efímeras y de infinitos segundos.
Huérfanos del tiempo que se agota y del aliento que falta.
Y empiezas a esperar tu propia orfandad, la orfandad definitiva de ti mismo, cuando toda coraza ha caído, cuando la capa deshilachada deja al descubierto la semilla primigenia de tu propia ausencia. Y abandonas la vida, huérfano por no haber aprendido lo suficiente y por no haber enseñado tu ignorancia.
Huérfano ante la conciencia de saber que no sabes y qué nunca sabrás.
Tan huérfanos como la orfandad sin la H.
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